El 75% de los niños y los
adolescentes en situación de vulnerabilidad social analizados sufre algún tipo
de inseguridad alimentaria, es decir, encuentra
dificultades para acceder a alimentos nutricionalmente adecuados para su crecimiento,
salud y bienestar. La razón es que gran parte de la población infanto-juvenil
no cumple con las recomendaciones de consumo de la Sociedad Española de
Nutrición Comunitaria (SENC), adquiriendo hábitos alimentarios que, una vez
aprendidos y mantenidos durante la infancia y la adolescencia, son difíciles de
cambiar en la edad adulta.
Esta es una de las conclusiones del
estudio piloto ‘Vulnerabilidad social
como predictor de hambre oculta y adecuación nutricional en población
infanto-juvenil en áreas metropolitanas de España’, que han presentado esta
mañana el Instituto Universitario CEU Alimentación y Sociedad (IUAyS-CEU) y Fundación MAPFRE en el transcurso de una mesa
redonda moderada por Daniel Restrepo, director de Acción Social de Fundación
MAPFRE, en el Campus de Montepríncipe de la Universidad.
El objetivo de este estudio, que se
ha llevado a cabo en 175 menores en situación de vulnerabilidad social en áreas
metropolitanas de España, es investigar qué relación tiene la posibilidad de
llevar una dieta nutritiva y adecuada con poder adquisitivo, el nivel de
desigualdad o discriminación y el estatus social.
3 de cada 10 niños y adolescentes
encuestados en situación de vulnerabilidad presentan inseguridad alimentaria
Según el estudio, dentro del total
de la muestra, el 29% presenta una situación de inseguridad alimentaria
severa. Si se analiza de manera específica la población que presenta algún
tipo de inseguridad alimentaria, 1 de cada 4 (27%) reconoce que se ha ido
alguna vez a dormir con hambre por falta de comida.
A este respecto, Gregorio Varela
Moreiras, director del Instituto Universitario CEU Alimentación y
Sociedad, declaraba esta mañana
que la inseguridad alimentaria abarca no sólo la falta de recursos
económicos para obtener alimentos nutricionalmente adecuados, sino también la
incapacidad de acceder a los mismos por no saber cuáles son aquellos con mayor
calidad nutricional. “La prevalencia de la seguridad alimentaria de los
voluntarios participantes evidencia que más de la mitad de la población del
estudio se encuentra en algún tipo de riesgo de inseguridad alimentaria. La
calidad de la dieta de los niños y adolescentes que han participado necesita
cambios urgentes, debido a que se constata el consumo frecuente de alimentos de
baja o moderada calidad nutricional, desplazando así el consumo de verduras y
hortalizas, frutas, pescado y productos del mar, entre otros, cuya calidad
nutricional es alta, siendo esenciales para nuestro organismo”, explica
Varela.
Asimismo, el informe revela que más
de la mitad (54%) de estos niños y adolescentes en situación de
vulnerabilidad y con inseguridad alimentaria ha estado preocupado por la falta
de algunos alimentos en su hogar en el último mes. Concretamente, el 47%
afirma que, tanto ellos mismos como alguno de los miembros del hogar tuvieron
que comer alimentos que realmente no querían,
por falta de recursos. Incluso, el 23% ha
indicado que tuvo que hacer menos comidas en un día porque no había suficiente
comida, y el 11% ha asegurado que pasó un día y una noche enteros sin comer
nada porque no había bastantes alimentos.
El porcentaje de niños con obesidad se duplica en los hogares con menos
ingresos, respecto a aquellos con más ingresos
La dificultad de acceder a alimentos hace que las
carencias nutricionales se comiencen a observar a edades cada vez más
tempranas, también en los países desarrollados, con un incremento de formas de
malnutrición como el sobrepeso o la obesidad. En este sentido, en España, uno
de los países de la Unión Europea donde se da una alta correlación entre la
tasa de riesgo de pobreza infantil y de obesidad, el porcentaje de niños con
obesidad se duplica en los hogares con menos ingresos (23,7%), en comparación
con los que tienen más ingresos (10,5%).
Rosaura Leis, presidenta de la
Fundación Española de la Nutrición (FEN), subrayaba la relación entre las altas cifras de sobrepeso y/u obesidad en
niños y adolescentes españoles con la pérdida de adherencia a nuestras dietas
tradicionales, Mediterránea y Atlántica, en pro de otras dietas ricas en
energía, pero de escaso valor nutricional. “La alimentación en los primeros
1.000 días de vida y durante la infancia y adolescencia es fundamental para la
prevención de enfermedades y la promoción de la salud a corto, medio y largo
plazo. Una de las estrategias prioritarias para luchar contra este “hambre
oculta” podría ser la promoción del consumo de nuestra dieta y gastronomía
tradicional, ya desde la infancia. Para ello, la escuela y la familia,
especialmente los cuidadores “abuelos”, deben jugar un papel fundamental”,
apunta Leis.
Poca adherencia a la dieta mediterránea
Aunque la
dieta mediterránea es uno de los modelos dietéticos más saludables que existen
en la actualidad, tan solo el 15% del total de la población infanto-juvenil
analizada presenta una adherencia alta a este modelo, presentando un 57% de
ellos una adherencia media y un 28% una adherencia baja. De hecho, existe
evidencia científica que confirma que, cuanto más alto es el nivel de educación
y socioeconómico, mayor es la adherencia a la dieta mediterránea.
Entre los
factores que se relacionan con una baja adherencia a la dieta mediterránea en
la infancia y adolescencia, se encuentran los individuales (preferencias
y aversiones, desconocimiento sobre nutrición o biológicos); los factores
colectivos (económicos y sociales); el sedentarismo (videojuegos y
televisión) o una baja tasa de actividad física deportiva.
A esto se
suma que el consumo de alimentos mediterráneos, como la verdura, la fruta o el
pescado ha quedado desplazado por la ingesta excesiva de alimentos como carnes
rojas, embutidos, productos azucarados o precocinados, o aperitivos salados.
“Es importante tener en cuenta las
graves repercusiones sociales que implica no tener asegurado el derecho a una
alimentación saludable y equilibrada. Unas repercusiones que son inmediatas en
los grupos de población más frágiles, como es el caso de bebés, niñas, niños y
adolescentes, y de madres embarazadas y lactantes. Si una alimentación
saludable es necesaria para toda la población, en estas etapas un déficit
alimenticio puede condicionar el crecimiento, no solo físico también cognitivo
y psicológico. Por ello, hay que apostar por mensajes que promuevan mejores
prácticas y una protección social que brinde a las personas con menores
recursos el acceso a alimentos nutritivos y les proteja del aumento de los
precios. Y hacerlo con sensibilidad, con propuestas integradoras antes que
marginales”, concluía Carmen García Cuestas, responsable del programa
Infancia, adolescencia y familia, y miembro del equipo de inclusión y del área
de acción social de CÁRITAS España.
Falta de calcio y consumo excesivo de grasas y ultraprocesados
Se están
produciendo cambios de los patrones alimentarios en todo el mundo, y una
característica común es que se están sustituyendo los alimentos mínimamente
procesados por los alimentos moderadamente, altamente o ultraprocesados.
De hecho, según
este estudio preliminar, ninguno de los niños y adolescentes analizados sigue
un patrón de dieta saludable: el 70% lleva una dieta que necesita cambios
significativos y el 30% restante una poco saludable, un dato que concuerda
con la baja adherencia a la dieta mediterránea.
En este
sentido, del total de la población analizada, la mitad no consume
fruta a diario, una cifra que asciende al 71% en el caso de las
verduras; sólo el 57% consume aceite de oliva en casa como principal
grasa culinaria, clave en la dieta mediterránea, pero con un precio
elevado; el 63% no toma diariamente más de dos raciones de lácteos y el 51%
ni siquiera consume una. Tampoco se cumple la ingesta recomendada de pescado y
productos del mar, con un 90% de encuestados que no lo incluyen en su menú
a diario.
Además, el
consumo de hidratos de carbono y de grasa se encuentra por encima de lo
estipulado y las ingestas de vitaminas B5,
B8, B9, D y E, así como de calcio, magnesio, hierro, yodo y zinc, presentan
insuficiencias. Estas deficiencias en micronutrientes esenciales durante la
etapa de crecimiento son muy preocupantes, ya que están estrechamente
relacionadas con el posible desarrollo de enfermedades de tipo cardiovascular,
diabetes u osteoporosis. Resulta muy llamativo y preocupante que, de un total
de 26 indicadores de ingesta analizados, en 13 de los mismos no se cumplen las
recomendaciones.
Respecto a
hábitos menos saludables, destaca que el 33% acude a restaurantes de comida
rápida una o más de una vez a la semana y el 25% consume dulces o
golosinas varias veces al día. En cuanto a la ingesta de aperitivos y
snacks salados, se puede observar que más de la mitad de la población analizada
se encuentra por encima de las recomendaciones: el 35% consume estos productos
con una frecuencia de 1 o 2 veces a la semana; el 21%, 3 o más veces a la
semana, y el 13%, diariamente.
De este estudio piloto no representativo, se deriva
claramente la necesidad de más trabajos de investigación dirigidos a grupos
vulnerables, una vez hemos conocido el alcance de la inseguridad alimentaria en
la muestra de población analizada. Las encuestas y los análisis realizados a
partir de este trabajo nos proporcionan inicialmente una valiosa información
para establecer nuevas hipótesis que sirvan como guía para desarrollar nuevos
planes.