En estos meses de verano, las vacaciones se presentan como algo deseable para muchas personas, pero no todos los trabajadores ansían la llegada de esos días de descanso. Hay personas, los llamados Workaholics, o adictos al trabajo, para los que puede suponer un momento de vacío e incluso, de estrés. A pesar de los beneficios que implica desconectar, para algunas personas puede ser más difícil cuando se trata de “estrés de oficina”. El estrés se define como un conjunto de demandas ambientales que recibe la persona y a las que debe dar una respuesta adecuada, poniendo en marcha sus recursos de afrontamiento. Se trata de un proceso natural que nos ayuda a manejar el día a día, pero que resulta un riesgo para la salud cuando se prolonga de forma mantenida en el tiempo. Las vacaciones son en principio, un momento óptimo en el año para disfrutar de una menor exigencia, para dedicar el tiempo a otras cosas, pero: ¿Qué sucede si ya no recordamos lo que nos gustaba hacer? ¿Qué pasa si ya no sabemos quiénes somos al salir del rol profesional?
Como explica la profesora de Psicología de la Universidad, Inés Serrano Fernández, es probable que aflore un sentimiento de vacío, de inquietud y de malestar. La situación novedosa de tiempo libre pasará a poner a prueba nuestra capacidad de dar una respuesta adecuada (gestionar tiempo y relaciones al margen del trabajo, nuevas metas, aprender a “no hacer nada”) y de poner en marcha nuestros recursos de afrontamiento (introspección, comunicación, habilidades sociales…). Así es: para algunos, lo estresante puede ser dejar de trabajar, salir de la oficina, afrontar las vacaciones, y con ello una vida personal con carencias. No en vano, Holmes y Rhae situaron las vacaciones en el puesto cuarenta de su clasificación de Acontecimiento Vitales Estresantes.
Una de las peguntas que podemos hacernos para saber si somos de esas personas que viven exclusivamente para su trabajo es preguntarnos si internamente me considero que “soy importante” cuando el móvil del trabajo suena constantemente, si con frecuencia afirmo que “estoy hasta arriba”, si cuando nos preguntan por un hueco para vernos respondemos “uffff no sé ni decirte para cuándo”, o bien ya no sabemos de qué hablar más allá del trabajo.
En este sentido, la profesora añade que si hace mucho que no hacemos ese deporte o cultivamos esa afición que tanto nos hacía disfrutar, nos debemos preguntar a nosotros mismos: ¿Quién soy yo cuando no trabajo? ¿De qué/ quiénes está hecha mi vida? ¿Qué/ quiénes me importan? ¿Llevo tanto tiempo en lo que “debo” hacer que ya no sé qué “deseo” hacer?
Para la doctora en Psicología, la consecuencia positiva de darnos cuenta, es una nueva oportunidad de retomar nuestra vida en toda su amplitud. El malestar que ha podido surgir está funcionando como una flecha que señala áreas de la vida que han sido descuidadas: la propia salud, las relaciones con seres queridos, las aficiones… en definitivas áreas que amplían nuestro sentido del yo, y de nuestras propias fronteras, y con ello nuestro bienestar psicológico.
Serrano reconoce que pueden aparecer desafíos a la hora de lograr la desconexión y estos suelen ir de la mano de los dispositivos electrónicos: móviles, portátiles, redes sociales, el correo electrónico del trabajo… reclamando nuestra atención y dedicación. En este sentido señala que es importante tomar la decisión de poner límites adecuados. Saber decir ‘No’ a tiempo y respetar la vida personal nos hará más productivos a la vuelta.
Para otros la dificultad consiste en ir entrando en ese “modo vacaciones”, y a pesar de estar en sus primeros días siguen caminando a prisa por la calle, o mirando el reloj con frecuencia. Puede resultar útil el plantearse el tiempo de vacaciones como una “aventura” o un “descubrimiento”. Ir entrando en esa alegría que proporciona el mero disfrute de vivir puede ser un proceso. Resultará de ayuda dedicarnos a meditar o a orar o al silencio, prestar atención a la respiración, retomar aquel deporte que nos encanta, entregarnos al contacto con la naturaleza, ya que el verano es un tiempo privilegiado para estar al aire libre, en playas y montaña. Y vivir esos días en clave de oportunidad: oportunidad para charlar con mi hermano, con mi madre, visitar a los tíos, jugar con sobrinos, una cenita con amigos… soltando el deseo de control y la exigencia por la eficacia.
A la desconexión se llega mediante relaciones, actividades o actitudes que no “aportan” a ojos de la sociedad, pero que son la piedra angular de esta. Emocionarnos en un concierto, disfrutar de la gastronomía, una reunión familiar sin parar de reír, deleitarnos con las vistas de un paisaje, perder la noción del tiempo haciendo bricolaje o pintando al óleo, son opciones que nos conmueven y nos renuevan, que rozan el arte y justo por ello el corazón de la humanidad entera.
Cuando alguien nos pregunta qué tal nada más volver de unas vacaciones, y decimos: “genial, he desconectado como nunca…”, estamos haciendo multitud de afirmaciones implícitas que resultan esenciales para el bienestar psicológico de toda persona.
¿Qué sucede en nuestro cuerpo cuando abandonamos el estrés? Se regula nuestro ritmo cardíaco, nuestra respiración, nuestra tensión arterial, disminuye la activación de nuestra amígdala (centro cerebral para la supervivencia que detecta el miedo y prepara para la lucha o la huida), y se activa el córtex prefrontal (que se ocupa de la atención, concentración y toma de decisiones). ¿Y en el plano psicológico? Disminuye nuestra experiencia subjetiva de miedo, nuestra preocupación, y aparcamos los pensamientos autorreferenciales.