“Estamos inmersos
en el verano y resulta imprescindible que protejamos, más aún, nuestros ojos”. Así lo
asegura Sara Bueno, profesora de Óptica y
Optometría, quien recuerda que la
educación en hábitos de vida saludables comienza desde la infancia. “Los
adultos estamos más acostumbrados a cuidar nuestros ojos usando gafas de sol,
pero no es tan sencillo que los niños las lleven”, señala la especialista;
e incide en este cuidado, dado que sus ojos están menos dotados para protegerse
por sí mismos de la radiación. “El uso de gafas de sol es, incluso, más
importante para los niños que para los adultos, ya que su cristalino es más
joven y transparente y tiene menor capacidad de filtrar la luz, sobre todo la
más nociva para los ojos: el ultravioleta”, explica.
Bueno cataloga
de imprescindibles unas gafas de buena calidad, puesto que no todas
proporcionan las garantías necesarias de protección para los ojos. “Son un
producto de primera necesidad, no solamente un complemento de moda. Es muy
peligroso llevar una gafa de sol que no cumpla con los requisitos deseados en
cuanto a filtros solares”. Y, aunque no hay unas gafas de sol que sean las
mejores, aconseja acudir al óptico-optometrista, ya que “podrá recomendarnos
un filtro u otro según las necesidades de cada persona”. Por tanto, no
solamente nos tienen que gustar por su estética, también debemos
saber si cumplen las tres características más importantes:
· Que estén homologadas y hayan pasado todos sus
componentes por los controles de calidad adecuados. Es lo que indica el marcado
CE.
· Que filtren convenientemente la luz que “no
vemos”: la ultravioleta (UV), la parte más dañina de la radiación solar. Está
señalado con unas siglas seguidas de un número (por ejemplo, UV400), indicando
que filtra toda la radiación susceptible de causar problemas como
fotoqueratitis o fotoconjuntivitis. “Incluso cuando está nublado, estamos
expuestos a la luz ultravioleta, además de la luz visible, ya que ésta no es
totalmente filtrada por las nubes”, recuerda la profesora Bueno.
· Que, al usarlas, la luz del sol no nos deslumbre;
es decir, que sus lentes sean más o menos oscuras. Un código de números, del 1
al 4, señala no solo la oscuridad de ese filtro de menor a mayor, sino para qué
actividad está indicado o contraindicado.
Infección, irritación y
sequedad: los “peligros” del aire y el agua
Para ver bien
y no sufrir molestias necesitamos que la superficie ocular esté siempre
cubierta y humedecida por la lágrima. Sin embargo, los aires
acondicionados o ventiladores, de uso diario en estas fechas, crean unas
corrientes de aire fresco que también reseca el ambiente y, por tanto, la
superficie de nuestros ojos. Para evitarlo, Sara Bueno recomienda situarse
lejos o no exponernos directamente a las rejillas por donde expulsan esos
aparatos el aire frío, “así evitaremos la sensación de incomodidad y
arenilla que produce la sequedad ocular y el enrojecimiento de los ojos; una
situación especialmente molesta si usamos lentes de contacto”.
En el
exterior, las altas temperaturas -y más aún si el aire es seco- también
pueden causarnos esa sensación incómoda. Para aliviarla, explica, se pueden
usar las llamadas lágrimas artificiales. “Humectantes y lubricantes no se parecen
mucho a las lágrimas naturales, pero ayudarán a mitigar la molestia”,
apunta. “Podemos ponérnoslas ‘a demanda’, pero cuanto más las necesitemos,
más importante será elegir productos sin conservantes. Y si usamos lentes de contacto, deberemos
asegurarnos de que las lágrimas artificiales sean compatibles con el material
del que están hechas dichas lentes, para que no se manchen o coloreen”, explica
Bueno.
Por otro lado,
el agua del mar, los ríos o las piscinas también presentan un riesgo importante de
irritación o infección en el caso de que entre en los ojos. La especialista en
Óptica y Optometría incide en la importancia de protegerlos del cloro o la sal,
que producen picor, ardor o enrojecimiento. Y también de los microorganismos
que pueden generar peligrosas infecciones como queratitis o conjuntivitis
víricas o bacterianas. “La forma de prevenirlo es no meter la cabeza ni
abrir los ojos debajo del agua y, si lo hacemos, usar gafas de natación o buceo”.
Unas gafas especial que, recuerda, “deben ser convenientemente homologadas
para la actividad que se va a realizar y, en el caso de que sea necesario,
incluso pueden estar graduadas”.
¿Qué hacer con las lentes de
contacto?
Las
popularmente llamadas ‘lentillas’ pueden suponer un riesgo
adicional en verano: nunca hay que bañarse con ellas puestas en el río, la
piscina o el mar. “Lo mejor es ir sin las lentillas, con unas gafas graduadas o no,
pero siempre adecuadas, bien para protegernos de los rayos de sol o bien para
nadar, si queremos ver bien debajo del agua”, explica Bueno. De hecho, indica,
cualquier situación en la que pueda entrar agua en el ojo, como darse una
ducha, contraindica su uso. “Las sustancias irritantes como el cloro y la sal,
y los microorganismos presentes en el agua pueden quedar atrapados en la lente
o entre la lente y el ojo, causando una molestia mayor o más duradera e
incrementando también el riesgo de infección”.
Además,
explica la experta, uno de los patógenos más peligrosos es
el protozoo Acanthamoeba,
que está frecuentemente en el agua. En el 90% de casos en que producen
infecciones, éstas
afectan a personas que usan lentes de contacto, especialmente blandas, sin
seguir los consejos de uso e higiene adecuados.