La pandemia del COVID-19 ha originado una profunda reflexión de la que se están deduciendo reorientaciones importantes para nuestros hábitos cotidianos, para las dinámicas sociales y para los espacios, arquitectónicos y urbanos, que acogen casi todas nuestras actividades. La extensión del virus está modificando el orden de prioridades vitales y potenciando muchas prácticas que ya eran incipientes, pero que requerían un catalizador para consolidarse.
Las grandes ciudades han sufrido los efectos de la pandemia en mayor medida que el ámbito rural; la historia nos enseña que las urbes están acostumbradas a padecer situaciones límite y que siempre se han levantado tras el golpe. No puede ser de otra manera porque estamos indisolublemente unidos a ellas y su supervivencia está vinculada a la nuestra. La ciudad debe estar preparada ante contingencias como la que estamos padeciendo, lo cual afectará a modelos, tipologías y también a normas regulatorias, cuya aplicación requiere más tiempo. En este contexto, Carlos F. Lahoz, Carlos Martínez-Arrarás y José Antonio Blasco, profesores del Área de Urbanismo de la Escuela Politécnica Superior, han analizado a corto, medio y largo plazo algunas de las medidas o propuestas que podrían implementarse en las zonas urbanas.
Reacciones a corto a plazo
Al margen de cuestiones que tienen que ver con la gestión (limitación de aforos, regulación del funcionamiento comercial, etc.) o con mecanismos de defensa (uso de mascarillas, mamparas separadoras, etc.), el espacio urbano debe, en esta primera etapa de emergencia, favorecer el mantenimiento de la distancia social, aprovechando y optimizando la propia morfología de la ciudad. Todo ello, dada la urgencia, con acciones rápidas, de bajo coste y fácil aplicación.
Los desplazamientos se encuentran entre los ámbitos más afectados. La problemática coyuntura actual del transporte público y su congestión debe abordarse con medidas para evitar aglomeraciones (horarios escalonados, etc.), pero, sobre todo, con la potenciación de otras formas de movilidad. El previsible incremento de los desplazamientos de carácter privado no debe implicar un retorno del coche convencional sino la promoción intensa del transporte individual de carácter no contaminante.
Es el momento de favorecer el desplazamiento a pie o en bicicleta, con el ensanchamiento de aceras y la habilitación temporal de carriles utilizando parte de la calzada destinada al tráfico rodado y al aparcamiento; y de proponer peatonalizaciones temporales y reversibles de algunas calles para incrementar puntualmente el espacio de uso deportivo y recreacional. Para lograr estos objetivos se pueden utilizar simplemente conos, cintas, bolardos y vallas autoportantes, etc. hasta que un análisis más pausado recomiende la transformación de esas posibilidades en definitivas.
La inmediatez de respuesta que exigen algunos sectores, sobre todo docentes, sanitarios y laborales, puede llevar a levantar construcciones efímeras que garanticen la separación, la sectorización o la adecuada distribución de personas.
Opciones a medio plazo
El COVID-19 ha dado el impulso definitivo al teletrabajo y al comercio electrónico. Es también el momento de acelerar otras estrategias similares como la administración digital. Todo esto es imparable y la reflexión sobre sus repercusiones debe orientar las acciones permanentes. En primer lugar, la consolidación de la base tecnológica que posibilita lo anterior, mediante la mejora y profundización de la infraestructura digital, aprovechando los beneficios que puede aportar la Smart City.
Debe profundizarse en el debate abierto sobre la ciudad densa, siendo un valor imprescindible por sus implicaciones sobre la sostenibilidad, la sociabilidad o la innovación, aunque requerirá ciertas regulaciones que la hagan más habitable. No obstante, no debe obviarse la discusión iniciada sobre la relación campo-ciudad o concentración-sprawl, ya que se están detectando algunos movimientos que parecen apuntar hacía un cierto auge renovado de las segundas residencias próximas a las grandes ciudades. También hay que tener en cuenta que, por primera vez desde el comienzo de la globalización, las ciudades intermedias y pequeñas cuentan con una ventaja competitiva derivada de su tamaño.
Estas dinámicas urbanas inducidas por el teletrabajo pueden conllevar la reducción de la movilidad y, en consecuencia, la reorganización de las ciudades. Es previsible el declive de ciertos servicios ofrecidos en los núcleos céntricos en favor de distribuciones más homogéneas que configurarán centralidades dispersas. Así, tendencias como el denominado cronourbanismo, con iniciativas pioneras como la “ciudad de 15 minutos”, que apunta a la redistribución de servicios con criterios de cercanía (restauración, comercios, nuevas fórmulas de trabajo, etc.), se podrían ver definitivamente consolidadas. También es esperable un auge de la logística, especialmente de proximidad o última milla.
La transformación de los espacios urbanos existentes debe ser otra dinámica imprescindible. Las reconversiones provisionales apuntadas por el corto plazo que resulten exitosas serán fijadas como definitivas en el medio. De esta forma, donde se detecten carencias de lugares para la reunión o el deporte, las calles acogerán estos usos sustituyendo el tránsito rodado y el aparcamiento originando nuevos espacios de estancia en proximidad. Asimismo, es esperable la reorientación del uso de edificios actualmente dedicados a las actividades más afectadas como el retail, oficinas sin ubicación prime o los apartamentos turísticos.
Propuestas a largo plazo
El objetivo del largo plazo es evitar que la ciudad sea caldo de cultivo y vehículo de propagación. Será imprescindible reprogramar los usos urbanos, redistribuyendo los estándares dotacionales de una forma más repartida por toda la ciudad.
La arquitectura deberá cambiar tipológicamente. Lo harán los apartamentos, que habrán de replantear sus espacios interiores para hacerlos más flexibles, adaptables, y seguramente más grandes. Además, se tendrá que repensar su relación con el exterior, por ejemplo, facilitando la presencia de terrazas haciendo que no computen edificabilidad. Los edificios residenciales también se transformarán. Es previsible la aparición de nuevos espacios comunitarios como locales de reunión que complementen el teletrabajo casero o cubiertas habitables de dominante verde. Asimismo, se prevé la aparición de edificios mixtos que acojan lugares de trabajo junto a la residencia de una forma reglada.
Desde un punto de vista normativo, será necesario revisar las concesiones de licencias de actividad permitiendo casos hasta ahora prohibidos para promover usos híbridos o el aprovechamiento de locales comerciales y de oficinas vacantes para acoger otras actividades, incluida la residencial. También es previsible que se intensifique la lucha contra la infravivienda.
En cualquier caso, sería deseable que todos estos procesos fueran acompañados de una apuesta decidida por la sostenibilidad (nuevas formas de movilidad no contaminante, verdificación, rehabilitación energética, etc.), dado que el cambio climático es un problema que trascenderá al del COVID. De igual modo, debemos repensar la ciudad para transformarla en una Ciudad Activa y saludable que promueva la actividad física y combata el sedentarismo, otra pandemia que actualmente afecta a nuestra sociedad.