Aprecia Jiménez la carencia de una idea comunitaria profunda. En otros términos, echa en falta que se comprenda que España es “una comunidad social, cultural, identitaria y política que se construye por y en el acuerdo que sus ciudadanos demuestran en el marco del sistema constitucional democrático”. Como explica este investigador, no se trata de plantear el texto constitucional como inamovible, pero sí reconocer el carácter inmutable de un ‘espíritu constitucional’. “La constitución puede y seguramente debe reformarse, pero no el espíritu constitucional que reconoce a unos ciudadanos como miembros de una concreta comunidad. En otro caso, esa comunidad es necesariamente precaria y siempre sometida a discusión”.
Tampoco se le escapa a Jiménez el desprestigio que España como concepto arrostra incluso en ámbitos en los que este desapego no es atribuible a influencias del los nacionalismos regionales. El origen de este fenómeno lo sitúa en la pervivencia de “una generación de fuerte influencia cultural e ideológica anclada en un franquismo/antifranquismo aniquilador del presente y del futuro”. Pese a que “España dejó hace muchísimo tiempo de poder asimilarse con la visión unívoca que el franquismo pretendió construir, todavía existe un importante núcleo intelectual anclado en esta visión”. Algo que no deja de resultar “llamativo”.
Otro mal endémico que habría que neutralizar es, al parecer del profesor del CEU, la idea de “decadencia, de insignificancia”, algo que impide a los españoles percibir y ser conscientes de que España es “una potencia económica importante, una potencia cultural extraordinaria y un miembro de pleno derecho de la UE y de las principales organizaciones multilaterales”. Coadyuva a este mal concepto que nos hemos forjado de nosotros mismos el hecho de que se haya estado cultivando “un conjunto de valores que han acentuado una cierta visión muy superficial de España”.
¿Cómo mejorar la imagen que proyectamos como país? Yendo a las esencias más que a las apariencias. “Quizá el problema es que parece que España es una simple marca comercial que hay que vender y no una comunidad de ciudadanos plural y heterogénea, definida por una cultura extraordinariamente poderosa como expresa, por ejemplo, el español como segunda lengua de alcance universal”, observa Jiménez Redondo. Los países, señala, “no se venden por pagar anuncios en los que aparezca Rafael Nadal, por muy buen tenista que sea o porque su selección de fútbol gane muchos títulos. Brasil ganaba muchos mundiales de fútbol y su imagen internacional no ha comenzado a cambiar hasta que las gestiones de Fernando Enrique Cardoso y Lula da Silva han edificado un país y una economía mucho más solvente y potente. Suiza es un país prestigioso por lo que hace como sociedad organizada no por que Roger Federer sea el mejor tenista del mundo”.
Además, cabe insistir en que si España quiere mirar hacia el futuro debe cultivar un cierto sentimiento de orgullo de pertenencia entre sus ciudadanos. “Cuando un inglés, estadounidense, colombiano o australiano se encuentra con otro en un país extranjero, lo primero que hacen es reconocerse como tales y comunicarse de acuerdo a esa relación comunitaria percibida. Si un español va por una calle de París y oye a otros hablar en español, lo que seguramente hará será bajar la cabeza y pasar de largo. ¿Es posible proyectar algo de esta manera?”, se cuestiona Jiménez.
Juan Carlos Jiménez Redondo dirige la línea de investigación titulada ‘El pluralismo identitario iberoamericano’ dentro del Instituto de Estudios de la Democracia de la Universidad CEU San Pablo